POLVO AL SOL.
Israel Torres Hernández.
¡San Rafael, líbranos de Tlanalapan!
Cuando hay tantos problemas en el país, reaparece uno que parecía superado: la intolerancia. Lo que comenzó como una bravata de fanáticos, ahora es una amenaza a la libertad de culto. En San Rafael Tlanapalan, del municipio de San Martín Texmelucan, una parte de la feligresía católica ha impedido que otro culto religioso sea practicado. Si eso ya es lamentable al atacar un derecho constitucional, reconocido como tal desde el siglo XIX, lo peor es que 50 familias evangélicas salieron de la comunidad sin que alguna autoridad estatal, municipal, de la presidencia auxiliar o del arzobispado de Puebla las defendiera. Según informó el pastor Josué Ovando Jiménez, la salida y posterior reubicación del grupo cristiano fueron avaladas por la Secretaría General del Gobierno estatal para evitar mayores disputas. O sea, como Pilatos… Al analizar este caso, cual si se tratara de un cadáver, hay un tufo perturbador.
Del grupo intolerante las mujeres son mayoría. En el acuerdo que estableció la expulsión de los no católicos predominan integrantes de más de medio centenar de congregaciones. Para validar ese documento están dispuestas a usar la fuerza. De ahí frases como “la católica es la religión verdadera, y si creen que tratando de convencer a los niños se iban a poder quedar están mal. Vamos a defender a la única y verdadera religión con todo. No saben a dónde se vinieron a meter”.
Los pobladores están orgullosos de la defensa (?) de su catolicismo. Durante la Guerra Cristera (1926-1929), Tlanalapan fue el lugar donde estuvieron ocultos sacerdotes y estudiantes del seminario palafoxiano. Incluso (versión no oficial de los pobladores) hay un reconocimiento especial del Vaticano para la localidad al ser la única en todo el país que no cuenta con “la intromisión de ninguna otra religión que no sea la católica”.
Allá el Estado laico sirve para dos cosas, para nada y para lo mismo. En una reunión en la capilla de San Isidro Labrador entre los inconformes y el presidente auxiliar, Antonio García Ovalle, éste se comprometió a respetar “la decisión del pueblo” de no permitir nunca más la presencia de cualquier otro culto religioso que no sea el católico. En cambio, aprovechando el momento, les recordó que parte del conflicto era por haber vendido tierras a “extraños” y no cumplir sus obligaciones tributarias.
En conclusión: no soy alarmista ni sembrador de tempestades, pero me parece que el asunto San Rafael Tlanalapan es preocupante. Puede ser resuelto con prontitud si el Estado y las Iglesias actúan directamente, no desde su escritorio o el púlpito. Esta Guerra Santa región 4 puede convertirse en una masacre como las de los Altos de Chiapas. ¿Acaso es necesario que exista la respuesta de los evangélicos para que las autoridades políticas y religiosas eviten la violencia? Otro dato más. Otros grupos cristianos se comunicaron a radiodifusoras y medios impresos para advertir que si “un cristiano era tocado por un católico, miles de cristianos acudirían a Tlanalapan para defenderlos”. Suponer que este conflicto terminará pronto es igual a echarle polvo al sol.
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